Somos muchos
los ciudadanos de este País que podrían citar numerosas situaciones penosas y
lamentables acerca de personas conocidas, más o menos próximas, más o menos de
nuestro entorno o ligadas al mismo, que podríamos describir como desconocidas,
por extrañas o no habituales, pero que se están dando desde hace ya bastante
tiempo con una frecuencia desacostumbrada por excesiva y habitual.
Nos vamos
dando cuenta de que cada vez son más frecuentes los casos que vamos conociendo,
incluso muy próximos, en los que gente conocida, quizás del mismo edificio en
el que vivimos, manifiesta unos comportamientos que no solían, y que nos
sorprenden en grado sumo, pues dábamos por hecho que a ellos no les llegaban,
no les afectaban de ninguna manera, los perjuicios que en la ciudadanía está
causando una crisis que vemos cada vez más cercana cuanta más lejana nos dicen
que se encuentra.
Comprobar
cómo el paro afecta a gente conocida, es algo absolutamente habitual, que hemos
incluso interiorizado como si fuera el pan de cada día, algo con lo que
tendremos que acostumbrarnos a vivir, olvidándonos de los tiempos en los que la
gente solía seguir adelante más o menos dignamente, con su empleo que le daban
para pagar las letras del piso y las facturas, con más o menos apreturas, más
bien justos, pero con esperanza en un futuro que les pertenecía.
Esos tiempos
se han acabado, ya no existen, quedaron en el baúl de los recuerdos, pese a los
gobernantes que se empeñan en mentir a la gente cuando le dicen que la crisis
ha pasado, que estamos recuperándonos, que todo volverá a una normalidad en la
que ya nadie cree, y dónde el futuro se presente oscuro, tétrico e inexistente.
Tiempos de
desesperanza para esos ciudadanos de una determinada edad que saben que quizás
ya nunca encontrarán un empleo, para los que lo tienen pero que han visto
minorar un sueldo que no van a recuperar jamás, para los que lo encuentren, a
tiempo parcial por cuatro perras y en condiciones draconianas, tal como permite
una ley laboral inaceptable y perversa, que humilla a los trabajadores.
Malos e
injustos e indeseables tiempos para los jóvenes que son los grandes perdedores
de esta injusta e insufrible época que les ha tocado vivir, para los
dependientes que hayan tenido la suerte de cobrar una pequeña asignación que
son una minoría que además ven cómo se la recortan en un acto incalificable e
injusto, para los enfermos que contemplan cómo los recortes en sanidad los han
perjudicado de múltiples formas hasta extremos que creíamos imposibles de
contemplar.
No se trata
de una crítica al uso en unos tiempos difíciles, ni un injustificado afán de ir
contra el poder establecido, ni siquiera de ejercer el derecho de crítica ante
unos hechos determinados, sino de denunciar abierta y libremente cuanto aquí se
expone, y que voy a ilustrar con unos gráficos ejemplos, de cuya veracidad
puedo responder porque me son harto próximos y por tanto conocidos:
1.- Una
trabajadora firma un contrato en un laboratorio por dos días. El primer día se
presenta a su hora y le dicen que sólo hay trabajo para una hora. No valen
protestas. Le pagan una hora, siete euros, y a casa.
2.- Una señora de ochenta y tres años va a
urgencias para una cura en un hospital de Madrid. Cinco horas de espera y los
familiares ni siquiera tuvieron dónde tomar asiento.
3.-Una señora del portal dónde vivo, nos
confiesa que no puede poner la calefacción, porque no puede pagarla. Su marido,
jubilado, cobra muy poco. Un radiador para toda la casa y a abrigarse.
4.- Yo mismo,
en el mismo hospital mencionado, actual, moderno, al que acudo para una
extracción de sangre. La media de extracciones es de 30 por hora. El número de
personas que llenan la sala y pasillos adyacentes, es de cerca de 200, gente
mayor, embarazadas, enfermos, lo que supone una espera de más de 4 horas.
Protestas y reclamaciones, consiguen que se refuerce el servicio y aún así casi
estoy 3 horas.
Son casos que
reflejan una ínfima parte de una situación que se vive en España, que cada día
se da con más frecuencia. Es un hecho imparable, un deterioro del Estado
Social, que nos retrotrae diez años atrás como mínimo, al tiempo que la
corrupción y el despilfarro siguen campando por sus respetos, en una España que
nos resulta irreconocible, desagradecida e ingrata.
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