martes, 31 de marzo de 2015

MAESTRO EN DONHIERRO

Una fría mañana de invierno del año setenta y tres llegué a Donhierro, un pueblecito segoviano cuya escuela iba a ocupar como maestro. Se encontraba justo en el límite de las provincias de Ávila, Valladolid y Segovia. Una piedra o mojón señalaba el lugar exacto de la conjunción de las tres provincias. Sin saber qué hacer ni por dónde empezar, me despedí de mi padre que me había llevado desde Muñoveros adónde vivíamos entonces. Contemplé con una mezcla de nostalgia y abandono cómo se alejaba en el seiscientos por la estrecha carretera abrumado por la responsabilidad que me esperaba. Mi primer pueblo, con poco más de veinte años, sin experiencia alguna y en un lugar recóndito y apartado de la meseta castellana. Imagino que recordaría aquellos versos de Patxi Andión: Con el alma en una nube/y el cuerpo como un lamento/llega el problema del pueblo/llega el maestro.
Por aquel entonces las escuelas eran unitarias, es decir, los niños en una escuela y las niñas en otra. Desolador panorama; treinta niños para mí, el maestro y treinta para ella, la maestra. Como Dios manda. De todos los cursos y de ocho a catorce años. Imagino que sentiría un irrefrenable impulso de abandonar y salir corriendo. Pero no fue así, y ahora me encanta recordar aquellos entrañables e irrepetibles tiempos.
Recuerdo a la perfección lo primero que hice; arreglar un cristal roto y encender la gloria, calefacción muy extendida por entonces en las escuelas y que consistía en unos túneles que recorrían el subsuelo. La leña se introducía por una boca de entrada practicada en la parte posterior de la escuela, se empujaba hacia el interior y se cerraba con una puerta metálica. Al cabo de media hora, yo y mis expectantes e inquisitivos alumnos disfrutábamos de una agradable temperatura.
Qué recuerdos más agradables de aquellos tiempos. Conseguí salir adelante organizando lo mejor que pude el maremagnum  de los cinco ó seis cursos que tenía. Era el responsable único de mi escuela y de mis niños con los que hacía excursiones frecuentes a deliciosos lugares de los alrededores como uno próximo, muy conocido, donde se encontraban con facilidad restos arqueológicos como puntas de flecha y otros utensilios con los que logramos formar una estimable colección y que me permitieron impartir varias clases de ciencias naturales al aire libre.
Fueron duras las primeras semanas, apesadumbrado por una soledad que me sobrepasaba por momentos. No obstante, no tardé mucho en trabar amistad con los pocos jóvenes y menos jóvenes con los cuales y de vez en cuando, me acercaba a Arévalo, un importante y animado pueblo situado a pocos kilómetros de Donhierro. Recuerdo también las partidas de mus en la única tasca del pueblo. Buenas gentes, afables siempre y a las que desde aquí, rindo testimonio de gratitud. Como maestro estaba obligado a asistir a misa los domingos acompañado de los niños de la escuela. Nos situábamos a ambos lados del altar mayor presidiendo la ceremonia. Inimaginable para mí, agnóstico ya por entonces.
El maestro era toda una institución, valorado y respetado por los niños y por los padres. Parece mentira, pero hoy, tantos años después, se le ningunea tanto por unos como por otros. Triste e indignante. Conservo un especial recuerdo a la patrona que me acogió en su casa. Una señora que me trató con todo el respeto y la mayor de las deferencias. Me abrumaba con sus cuidados y delicadas atenciones. No recuerdo su nombre, pero agradecí y agradezco profundamente el maravilloso trato de todo tipo que me dispensó.
Poseía una magnífica casa en la placita del pueblo, un lujo, comparado con lo que me esperaba en el pueblo siguiente adonde fui destinado. Como simpática anécdota, recuerdo la relacionada con la imagen de la virgen que colgaba de la cabecera de la cama. Decidió descolgarse y propinarme un severo golpe en la frente cuando me encontraba en pleno sueño. Quizás decidió reconvenirme por mi falta de religiosidad.
Entrañable el curso que pasé en Donhierro. Mi gratitud y sincero recuerdo a sus gentes, a aquellos niños, mujeres y hombres de hoy. Fue mi primera experiencia como maestro, mi primer pueblo. Gracias mil. 

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