martes, 27 de mayo de 2014

POR FIN LA DÉCIMA

Después de doce años de paciente y confiada espera, llega al fin la deseada Décima Copa de Europa que los madridistas celebramos con una desbordante ilusión, que en mi caso, sin ser un forofo del fútbol al uso, lo he celebrado con una ilusionante emoción por la que yo mismo me he visto desbordado, sorprendido por una irrefrenable pasión que me ha dejado una agradable sensación de honda e intensa satisfacción, a la que he dado rienda suelta en forma de una alegre, espontánea y juvenil manera de manifestar una dichosa, sana y completa felicidad, como imagino que tanta gente ha experimentado al ver por fin colmadas las esperanzas acumuladas durante tantos años de sequía, después de una sucesión de éxitos continuados, durante los cuales el Real Madrid, especialista como ningún otro club del mundo en esta competición, conseguía ser campeón con una regularidad que le ha convertido en un club legendario.
Aunque no pertenezco a aquella primera generación de las cinco copas de Europa que el Madrid obtuvo de forma consecutiva – tenía yo entonces siete u ocho años – sí mantengo recuerdos de aquella increíble época, sobre todo de la tercera o cuarta en adelante, cuando gozábamos lo indecible con un Real Madrid épico, admirado y temido en toda Europa, que fue la admiración de los campos de fútbol por donde pasaba, con aquellos geniales jugadores que nos mantenían pegados al televisor cada vez que el Madrid jugaba un partido en Europa o disputaba una final, lo cual tenía lugar con harta frecuencia, que hizo las delicias de una gente a la que llevaba la alegría de vez en cuando en una España sumida en el atraso y el subdesarrollo, que empezaba a despuntar económicamente pero que adolecía de las más elementales libertades democráticas, con una dictadura que utilizaba el fútbol – como ahora lo siguen haciendo – para ocultar los problemas de unos ciudadanos, que como también en nuestros tiempos, tan lejanos de aquellos y tan diferentes en todos los aspectos, encontraban al menos durante unas horas, una forma de olvidar los problemas diarios, marginándolos y evadiéndose de ellos aunque fuera sólo por ese mínimo tiempo durante el cual la euforia y la alegría se superponía a todo lo demás, relegándolo a un segundo plano.
Cuando escucho el himno de Eurovisión, lo asocio de inmediato a la Copa de Europa, pues los partidos, sobre todo las finales que generalmente tuvieron lugar en campos de toda Europa, comenzaban con dicho himno obligatorio, mientras se realizaba la conexión con el País donde se celebraba el partido, a la vez que la pantalla se llenaba del logo que entonces se utilizaba en televisión, y que era presagio de una de las muchas finales que todos seguíamos con una incontenible emoción y que tantas veces disputó el Real Madrid, pues no ha ganado todas, aunque sí la mayoría, y que mantenía pegados a la pequeña pantalla a todo un País que estaba pendiente de estos partidos.
En esta última final que ha supuesto la consecución de la Décima, la emoción ha superado todos los niveles conocidos que yo puedo recordar, pues dos minutos antes del final, perdía el Madrid, y pensando que todo estaba perdido y que la Décima volvía a darnos esquinazo, escribí un mensaje a un amigo atlético felicitándole por la inminente victoria, que afortunadamente no tuve que enviar, pues apenas terminé su redacción, el Madrid logró empatar, por lo que cancelé su envío, a la par que mostraba mis esperanzas de remontar un partido que después se solventó de una formidable manera por un club especialista en estas remontadas, auténticas gestas para un club que es un reconocido especialista en este campeonato, ahora denominado Champions League, y que los clásicos seguimos reconociéndolo por su primigenia denominación de Copa de Europa.
Son historias sin una excesiva carga humana, pese a las emociones que entran en juego, pero que entrañan recuerdos grabados desde nuestra infancia, de una época irrepetible y que afortunadamente y de alguna manera, tienen continuidad hoy en día. Sólo deseo añadir, que por un día, quizás alguno más, seguramente para siempre, la cuenta pendiente de la Décima – observen que siempre la he escrito en mayúsculas – queda saldada, a plena satisfacción de cuantos la hemos esperado pacientemente durante estos largos años. Hala Madrid.

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