Miguel Delibes en su novela el
disputado voto del Sr. Cayo, plantea el enfrentamiento entre dos mundos
diametralmente opuestos, cuando tres jóvenes militantes de un partido político
de izquierdas, inmersos en la campaña electoral de las primeras elecciones
generales de la transición, van a visitarle al pueblo donde vive con su esposa
sordomuda y otro vecino con el que no se habla, ubicado en el valle del Rudrón,
un lugar de una belleza salvaje, sobrecogedora, donde la paz, el sosiego y la
unión con la naturaleza adquieren tintes de una increíble y feliz realidad,
entre los esbeltos riscos a modo de acantilados del soberbio y majestuoso cañón
por donde el río discurre sonora y plácidamente y por cuyas crestas, las
águilas exhiben su majestuoso vuelo.
Durante las horas que están con
él, pretendiendo captar su voto, Cayo tiene la oportunidad de darles a conocer
su profunda sabiduría ancestral y su enorme capacidad para sobrevivir en
solitario. El se cultiva la tierra, se hace su pan, se procura lo necesario
para la vida, que es casi de un aislamiento total; su hablar reposado, lleno de
una ancestral sabiduría, infunde un hondo sentido humano a su persona. El
lenguaje crudo y desenfocado de los jóvenes que le visitan, cultos a veces,
inconscientes o ignorantes otras, es el contrapunto necesario para poner en
evidencia dos culturas que se ignoran. Una que desaparece poco a poco
sustituida por otra ruidosa y masificada.
El contraste entre el mensaje
de los jóvenes que intentan convencer a Cayo con su discurso alejado y ajeno
por completo a la filosofía de vida de este hombre, que ama su tierra y que por
nada del mundo la abandonaría, representa la profunda incomprensión y la enorme
distancia que suele haber entre los políticos y los ciudadanos a los que exigen
el voto para su partido, sin interesarse lo más mínimo por las vidas y los
problemas de la gente, de los que hablan generalizando de una manera
absolutamente desinteresada, sin tratar de entenderlos, sin ponerse en su
lugar, como en el caso del Sr. Cayo, a quien de una forma egoísta y partidaria
intentan convencerle con su interesado discurso, sin respetar sus convicciones,
su arraigo en la tierra que tanto ama y su filosofía de vida, que se muestran
incapaces de entender, ya que sólo les mueve su interés por obtener unos votos
más para el Partido.
Con motivo de las elecciones al
parlamento europeo, he podido leer y escuchar de una forma continua e
insoportablemente machacona, la necesidad de votar a toda costa, tanto a unos
partidos como a otros, recomendando evitar la abstención – se ha demostrado que
efectivamente les ha hecho mella a casi todos – como si esta opción le
estuviera terminantemente prohibida a unos votantes a los que intentan manejar
a su antojo, como si abstenerse constituyese una aberración injustificable,
cuando es una alternativa, una elección, una posibilidad que el ciudadano puede
manejar con inteligencia, con el objeto de mostrar su disconformidad con un
sistema, con unos políticos y con unos programas en los que no cree, y donde
esta preferencia se muestra rotundamente firme, práctica y absolutamente resolutiva
para dejar bien sentado la disconformidad, el rechazo y el repudio más
absoluto, hacia quienes de ninguna manera los representan.
Nos exigen el voto, en un
sentido o en otro, a una u otra opción, habiendo quien incluso afirma que es
inadmisible no sólo la abstención, sino el voto en blanco o nulo. Con todo
esto, los políticos actuales se muestran ahora como con Cayo en su momento. Como
unos engreídos alejados de la realidad de la gente.
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