Vivimos una época en la que a
la falta de incentivos, motivado por unos tiempos difíciles que no nos permiten
muchas alegrías, se suma una ausencia total de referentes que supongan un ejemplo
moral, cívico y de valores tradicionales capaces de estimular y de servir de
ejemplo y acicate para quienes más tienen que decir en el futuro de toda
sociedad digna que se precie de serlo, que son los jóvenes, los cuales
necesariamente serán quienes de una u otra forma, en uno u otro puesto, en uno
u otro trabajo más o menos importante, dirigirán y tomarán las riendas del
País, dirigiendo, produciendo, creando, diseñando, enseñando y en definitiva logrando
que la sociedad en la que viven sea cada día mejor, más eficiente, más
productiva, más cómoda y sobre todo más justa para todos, para lo cual, a la
capacidad que se les supone, ha de sumarse el esfuerzo, la voluntad de
progresar, de formarse y de tratar de conseguir llegar allá donde los sueños
pueden llegar a convertirse en una realidad, a la que nunca deben
renunciar, por difícil que se presente el camino que han de seguir para
materializar esos venturosos deseos.
Para conseguir estos objetivos,
hemos de reconocer que no siempre basta con llevar a cabo todas esos
imperativos y verlos convertidos en una realidad, que no obstante se hacen
absolutamente necesarios, por lo que insistimos en que necesitarán ese
estímulo, ese aliciente o motivación que no siempre encuentran y que no siempre
se los podemos proporcionar por mucho que lo procuremos, ya que en cualquier
caso, y dado el hecho de que están en contacto con una sociedad sumamente tecnificada,
permanentemente comunicada y tecnológicamente muy avanzada, el influjo que en
ellos crea es tan poderoso, tan dependiente, que se erige a veces en una auténtica
barrera que puede llegar a convertirse en un obstáculo para el logro de las
metas propuestas, si en ella no encuentran los alicientes y los estímulos que
necesitan.
La sociedad actual carece por
completo de los elementos necesarios que estamos tratando de hallar para paliar allanar y suavizar ese camino que
han de recorres, ya que si nos circunscribimos a nuestro País, la situación no
da para muchas alegrías en este aspecto, donde vivimos unos tiempos en los que
los posibles ejemplos válidos, capaces de iluminar con sus impecables y dignos
actos a los jóvenes, brillan por su ausencia, pues no son precisamente un
dechado de perfección, sino más bien al contrario, donde nada ni nadie se erige
en un referente válido, intachable, con una fuerza moral y ejemplarizante.
Lo que vemos diariamente es una
sociedad encerrada en sí misma, donde el único bien a alcanzar, la única meta,
el único becerro de oro a adorar es el dinero, la posesión de bienes materiales
y un afán desmedido de una apariencia externa absurda, mediante la exhibición
de los clásicos signos externos de riqueza, que no reparan en las capacidades
humanas, culturales, creativas y en general, de los valores clásicos que
adornan al ser humano, que busca una perfección personal mediante la superación
individual, pero con unos ideales de justicia y equidad que reviertan en la
sociedad en la que se desenvuelve.
Si a todo esto sumamos el
enrarecido clima político que padecemos, con unos personajes que deberían dar
ejemplo y que se hallan inmersos en continuas peleas con el incalificable y
peregrino argumento del tú más, incapaces de llegar a acuerdos que deberían
beneficiar a los ciudadanos, sumidos en intereses personales y de partido,
cuando no en corruptelas y despilfarros, el panorama que se presenta, no es
precisamente alentador, si pretendemos encontrar modelos válidos de integridad
y superación personal.
Vienen a mi mente en estos momentos de resignación y desencanto, los tiempos de mi infancia en los que leíamos con auténtica fruición las historietas gráficas y los tebeos, hoy denominados cómics, y que en su momento nos sirvieron de gran ayuda a la hora de practicar la lectura que necesariamente llevábamos a cabo, a la par que nos iniciábamos en una cierta capacidad, incipiente claro está, de discriminar el bien del mal y de iniciarnos en un atisbo de leve crítica hacia ciertos comportamientos de los héroes los villanos, así como de desarrollar un sentido del humor del que no estaban exentos.
Vienen a mi mente en estos momentos de resignación y desencanto, los tiempos de mi infancia en los que leíamos con auténtica fruición las historietas gráficas y los tebeos, hoy denominados cómics, y que en su momento nos sirvieron de gran ayuda a la hora de practicar la lectura que necesariamente llevábamos a cabo, a la par que nos iniciábamos en una cierta capacidad, incipiente claro está, de discriminar el bien del mal y de iniciarnos en un atisbo de leve crítica hacia ciertos comportamientos de los héroes los villanos, así como de desarrollar un sentido del humor del que no estaban exentos.
Entre estos cómics, que muchos
recordarán y que hoy en día son objeto de colección, figuran El Jabato, El
Guerrero del Antifaz, Flecha Roja, Hazañas Bélicas, Roberto Alcázar y Pedrín y
el Capitán Trueno, entre otros muchos, que junto con sus amigos Goliath y
Crispín, se erigían en luchadores justicieros que nos maravillaban con sus
heroicas aventuras, en los que siempre triunfaba el bien sobre el mal, los
buenos sobre los malos, el héroe sobre el malvado. Eran nuestros referentes,
los ídolos que representaban la dignidad, la valentía y la justicia, que lograban
encandilar a aquellas mentes infantiles, y que hoy son valores que brillan por
su ausencia, ante lo cual sólo nos queda recordar aquella letra del grupo
musical Asfalto para que ilustre cuantos deseos mostramos aquí: ven Capitán
Trueno, haz que gane el bueno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario