Suele ocurrir con frecuencia, que
cuando desaparece un escritor famoso y reconocido a nivel mundial, parece que
todo el mundo se interesa por su obra, por sus libros más conocidos, los que
más suenan a la gente, los más vendidos, y así, según me comentan en la
biblioteca, de inmediato desaparecen los ejemplares que tienen disponibles de
ese autor por muchos que tuvieran en existencias y resulta imposible
conseguirlos durante un tiempo, que es lo que me pasó, cuando presto, acudí en
busca de las obras de Gabriel García Márquez, que son muchas, muy variadas y de
una poderosa atracción para quién ya las conocía, como es mi caso, que tuve la
oportunidad de leer algunas de ellas hace ya mucho tiempo, demasiado quizás, me
doy cuenta ahora, cuando me enteré de que el genial escritor había partido
hacia su imaginario y fantástico Macondo, lugar donde se desarrolla una de las
obras más increíbles, más portentosas y más geniales de la literatura actual.
No puede caber la menor duda de que
estoy hablando de Cien Años de Soledad, obra maestra del denominado realismo
mágico que él cultivó con una maestría y una destreza absolutas en esta
insólita novela, que deja una indeleble huella en el sorprendido lector, no
sólo mientras está leyendo sus inverosímiles páginas que con frecuencia nos
mantienen absortos e incrédulos ante sus insólitas e inenarrables situaciones,
sino mucho tiempo después, cuando rememoramos lo leído, cuando lo desgranamos y
sopesamos en nuestra frágil memoria, incapaz de descifrar una historia
fantásticamente irreal, con una portentosa dosis de imaginación que lleva al
lector a unas situaciones límite en cuanto a su comprensión y seguimiento se
refieren.
Es tal el esfuerzo narrativo que ha
de soportar el lector, que no es extraño que de vez en cuando sienta la
tentación de desistir temporalmente de su lectura, en aras de proporcionar un
leve y merecido descanso a su capacidad, no de comprensión, porque es
irrealmente incomprensible, sino de una necesaria asimilación de tanta y tan
soberbia demostración de un derroche narrativo soportado en un genial don que
posee del dominio del lenguaje y de su capacidad para expresar no sólo hechos y
situaciones increíbles, siempre al borde de la realidad más ficticia e imaginaria
que pueda sustanciarse en un escrito, sino de utilizar y describir conceptos
difíciles de expresar en el lenguaje ordinario, y que él lo lleva a cabo de una
manera sutil, hermosa y sobre todo sencilla, sin herir susceptibilidades que
puedan estar a flor de piel en la mente del lector, que asombrado, descubre
cómo Gabo facilita la descripción y el entendimiento completo de situaciones
harto complicadas y sumamente delicadas, con un lenguaje que jamás pensó pudiera
estar a disposición de ser humano alguno por muy docto que fuera.
“El mundo era tan reciente, que las
cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”,
figura ya en las primeras líneas de un texto que ya deberían prevenir al
ingenuo e inocente lector, de la que se avecina en el denso y abrumador texto
que le queda por delante, donde apenas sobrevivirá a situaciones extremas, y
donde apenas encontrará respiro para asimilar tanto derroche de una imaginación
sin límites, como cuando afirma que “el coronel Aureliano Buendía promovió 32
levantamientos armados y los perdió todos, escapó a catorce atentados, a
setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento”, o cuando dice que
“tuvo 17 hijos varones de 17 mujeres distintas”, o relata como “un hilo de
sangre salió por debajo de la puerta recorrió calles, dobló las esquinas de las
casas, descendió por escalinatas, cruzó plazas, y retornó a la casa apareciendo
en la cocina, donde Úrsula se disponía a partir treinta y seis huevos para el
pan”, o cuando finalmente, por citar uno más de los infinitos ejemplos de los
geniales excesos narrativos, afirma que en Macondo “llovió durante cuatro años,
once meses y diez días”.
Se desata así un prodigioso vértigo
narrativo en el que los numerosos personajes, tan similares incluso en cuanto a
su nombre, y tan diferentes en lo que a su intervención en la acción se
refiere, desde que el padre del protagonista principal lleva a su hijo a
conocer el hielo, hasta que se describe el final de Macondo, pasando por las
inauditas e increíbles situaciones llenas de magia, imaginación y fabulación
indescriptibles que en el texto se contemplan, el incrédulo y fascinado lector,
no encuentra tregua alguna hasta el final de uno de los relatos más ingeniosos
y mágicos de la literatura del siglo XX, donde la capacidad narrativa de un
genio como Gabriel García Márquez, nos traslada a un mundo de mágica fantasía,
inundado de una prodigiosa imaginación sin cuento.
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