viernes, 16 de febrero de 2007

El código Da Vinci

Primero fue el libro y ahora la película. Ambas muestras del ejercicio de libertad de expresión están levantando llagas en la omnipresente Iglesia Católica empeñada en que cerremos los ojos y los oídos ante la menor sospecha, crítica ó teoría, según ellos maliciosa, sobre la actitud histórica de esta institución que nunca ha practicado ni practica la libertad en ninguna de sus formas, y que se empeña en que nos mantengamos en el limbo, ese extraño y patético lugar, al que ya le han puesto fecha de caducidad.
Resulta injustificable que ellos que son tan críticos cuando les interesa se muestren tan irritables con este asunto, hasta el extremo de tratar de boicotear tanto el libro como la película, que al margen de su contenido y rigor históricos no dejan de ser la expresión de la libre interpretación de unos hechos históricos sobre los que cada uno emitirá su opinión personal.
Quizás sea pedir demasiado a una organización que a lo largo de los siglos no se ha distinguido precisamente por su tolerancia y su comprensión hacia los seres humanos en general y hacia la mujer en particular, sobre la que desde siempre se han cegado con especial crueldad y que en este libro ocupa un lugar central.
Ficción ó realidad, esta película plantea unos hechos que en cualquier otro estamento no pasaría de una mera teoría digna de analizar. En este caso al tratarse de la Iglesia Católica, su inmovilismo, su soberbia y por supuesto su temor, ya que les aterra que Jesús se hubiera casado y tenido descendencia con todo lo de humano que ello conlleva, y que una mujer fuera la que debiera propagar su doctrina, todo esto, digo, en este caso y en tantos otros, les infunde pánico y les lleva a la intransigencia y a la condena continuas.
Parece increíble en una institución como ésta, pero la conclusión, una vez más, es que les sobra la soberbia y les falta la humildad y capacidad de ponerse al ritmo de los tiempos. Cuestión de supervivencia.

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