viernes, 16 de febrero de 2007

Verdades sagradas

Resulta curioso resaltar el hecho de que un instrumento como el lenguaje, surgido como necesidad para la comunicación y el entendimiento entre los seres humanos, consiga a veces separarlos hasta el extremo de conseguir justamente lo contrario, provocando el recelo, el rechazo y la incomprensión.
Existen quienes tratan de justificar su entidad diferenciadora utilizando el idioma como símbolo sagrado que exhiben para afirmar su "elemento diferencial", llegando incluso hasta extremos inadmisibles para defenderla como, entre otros que podríamos citar, el de blindar su espacio laboral poniendo barreras idiomáticas para los trabajadores que proceden de allende sus pretendidas fronteras, obstaculizando y en muchos casos impidiendo el libre ejercicio de su actividad laboral al obligarles a conocer su lengua.
Surge este comentario al contemplar la absurda intolerancia lingüística que se está dando en este país al imponer el uso de una determinada lengua, que está creando tensiones innecesarias en una población acuciada por otros problemas que sí son reales y para los que sí se demandan soluciones.
Resulta patético el hecho de necesitar traductores para entender el mensaje de los políticos de las naciones/nacionalidades/estados-nación, que se empeñan en defender a ultranza su lengua, cuando nadie en su sano y culto juicio puede tratar de impedir el libre uso de un valor cultural de tanta importancia como es una lengua.
Estos representantes, a veces demasiado alejados de la realidad en la que viven sus ciudadanos, se aplauden a sí mismos mientras enarbolan sus banderas, emocionados y enardecidos hasta lo sublime, entonando su himno nacional, que junto con su lengua, exhiben como señas de indentidad diferenciadora, léase insolidadaria.
Ninguna bandera, himno, lengua, ni por supuesto, ninguna verdad, pueden tener la consideración de sagrados. La solidaridad, el entendimiento y la buena voluntad entre los seres humanos, están muy por encima de todos esos signos que en manos de mentes iluminadas se erigen en representantes de naciones cuyos ciudadanos viven en su inmensa mayoría pendientes de sus problemas diarios, al margen de los interesados sueños de grandeza de sus pretendidos salvadores.
No hay verdad sagrada, y esta que yo defiendo, menos aún. Nadie está en posesión de la verdad. Sólo es una opinión de la que deseo dejar constancia en uso de mi libertad de expresión.

No hay comentarios: