viernes, 16 de febrero de 2007

Un País de contrastes

Satisfechos estamos, y no sin razón, de los cambios que ha experimentado este país en los últimos treinta años, los cuales lo han dejado, afortunadamente irreconocible, sobre todo para aquellos que hemos superado los cincuenta y conocimos aquellos tiempos y conocemos aquestos otros que ahora vivimos.
No obstante, en la actualidad tendemos a sobrevalorarnos, en contraste con aquella época en que justamente sucedía lo contrario, cuando nos sentíamos inferiores al resto de Europa con un sentimiento casi de humillación. Pero fue entrar en Europa y sentirnos los reyes del mambo.
Sin lugar a dudas, se han experimentado cambios positivos en todos los órdenes, tanto en el político, con una democracia que funciona, pese a haber pasado de puntillas y a veces mirando hacia otro lado a la hora de cerrar trágicos hechos del pasado, como en el económico convirtiéndonos en la décima potencia industrial del mundo, como en el social, que han conseguido que España sea conocida y reconocida en el Mundo.
Sin embargo, persisten aún ciertas costumbres, algunas de ellas centenarias y por lo tanto, difíciles de desalojar, que nos alejan un tanto de esa visión tan optimista a la que nos estamos acostumbrando de un país entrado de lleno en la modernidad más pujante.
Persiste aún, queramos ó no, la imagen anacrónica de una España cutre y vulgar que mantiene la denominada Fiesta Nacional, que patéticamente elevan a la categoría de arte, costumbre bárbara y cruel, que contrasta con la sociedad culta, moderna y europea a la que aspiramos y a la que por su historia, España pertenece.
Sigue campando por sus respetos, la España de charanga y pandereta representada por el folclorismo más chabacano y subcultural, que ofende a la vista y a los oídos, y que incomprensiblemente, sigue contando con muchos adeptos.
Entrando de puntillas y tratando de no ofender sensibilidades, en estos momentos de total actualidad, durante una semana se siguen ocupando las calles de la mayoría de las ciudades con los pasos de semana santa, que ofrecen una visión tétrica, oscura y trágica como lo es el arte religioso en general.
Por último, y éste en orden de importancia es el primero, sigue la terrible e incomprensible violencia contra la mujer, que aunque no es un fenómeno exclusivo de este País, nos desarma y nos aleja de esa impresión de avance y moderninad que creemos haber conseguido y a la que no podemos renunciar.

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